18 de mayo de 2015

Alegría

Un edificio atestado de ventanas apagadas. Menos tres o cuatro despuntes de iluminación en tres o cuatro casillas metálicas que invitan a pensar que lo nocturno no siempre es descanso. Los fuegos artificiales arañando la superficie del cielo como miles de uñas que destiñen ríos improvables de oro efímero. Manuela y el amor al mundo. Como un amanecer ante montañas y viejos campos de baloncesto olvidados. Recuerdos de infancia ante unas luces que se multiplican sobre el empedrado de esta plaza repleta de sillas de tijera. La emoción de un encuentro fortuito. El regreso de la justicia poética equilibrando nuestras diminutas vidas aquí en el universo. Lo has notado en esa suave brisa que el otro día precedió al encuentro como reclamada por la primavera. Este bucle de historias entrelazadas o no. Este pensar que es correcto el camino, que no te ha equivocado, pero también esta precaución que te aparta del trayecto de aquel hombre solitario. Manuela ha de llegar y vendrá a regalarnos flores, que bien nos hacen falta, para que está ciudad bañada de grises se convierta en el jardín que deseas.

Parte 2: Cuatro
 La nebulosa del pasado en la antesala del espacio en el que te encuentras. Tú sabes que ya nunca más seras esto. Piensas en los días que quedan hasta Junio. Y te miras y te sonríes porque ya da igual y es bien que así sea. Si cierras los ojos eres capaz de ver instantes luminosos que añoras sin entender bien por qué. Después, lo monótono de la semana y el devenir o esas montañas que siempre ves dentro de ti. Sabes que en aquel campo interior se están despertando las orquídeas, creciendo silenciosas, en las horas tardías de la primavera.

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