31 de marzo de 2014

Fruta madura

Crecer no sólo implica aumentar de años y estatura. Esta realidad a la que nos entregamos sin otra opción significa aprender a hacernos responsables de nuestras acciones en primer lugar. El conocimiento no siempre es proporcional a la suma de años que lleves a cuestas. Ni tener más edad significa ser más sabio de forma necesaria. Además la sociedad tampoco ayuda mucho en este sentido: Si tú decides cultivar tu interior para ser mejor persona cada día, te encontraras con miles de reclamos vacíos que intentaran hacerte pasar por alto semejante lucha titánica. ¿Quién en su sano juicio querría conocerse para aprender de sus errores en este anárquico transcurrir de días eterno? ¿Con qué finalidad? Así nos convertimos casi sin quererlo en adolescentes perpetuos. Permitiendo que las grandes decisiones las tomen otros. Cediendo nuestra responsabilidad a terceros. Dejandonos idiotizar sin poner al menos una duda de por medio. En este mundo obsesionado por la eterna juventud crecer se convierte en una lucha contra los elementos. De forma probable se muestre como una tarea anodina y pesada pero no por ello menos necesaria para tu propia supervivencia. Crecer es aprender a escuchar tu voz interior para ser lo más honesto posible con ella. No necesariamente tener coches o hijos. Significa darte cuenta de que eres único. Entender que las acciones que realizas repercuten en el resto y por tanto tú también tienes responsabilidad sobre el devenir. Con toda esta información sólo te queda actuar en consecuencia.