Ha sido subir al tercer piso para contemplar desde esta nueva posición que:
Aún estás aprendiendo lo que te queda. No hay nada malo en asumir diferencias. El número de cagadas es ilimitado. Son números gloriosos tus aciertos. Las capacidades desarrollables y el bien que te transmiten. No es siempre cierto el hecho de un resultado diferente cuando actúas de otro modo. Pero los auto engaños son cada vez más breves. Pues la honestidad te va a servir a ti si la tienes. Si no fuera el caso, tranquilo, pasarás desapercibido. Tener más experiencia no siempre te va a llevar a donde quieres. Ser más amable contigo no significa que vayas a caer mejor ni tan siquiera ser mejor persona. Subir al tercer piso para entender que: no existe bien o mal si no juicios de valor prefijados. Eres poca cosa en el universo. Sientes esa pesadez y elevación en la carne como un latigazo de consciencia. Muchas de las conclusiones a las que más te agarras sólo van a sustentarte a ti. Nadie va a venir a aplaudir ciertos logros aún cuando tú quieras esa palmada en la espalda que anuncie un trabajo bien hecho.
Parte 2: Lo invisible
A pesar del tercer piso sigue habiendo una baldosa con una grieta.
Que has decidido que la adornas para que no te haga fea la estancia.
Pero hay una grieta, abierta y en continua transformación. No parece domable pero si pones algún mueble encima puede ocurrir el pasar desapercibida.
A pesar del tercer piso nadie quiere una imperfección en medio del salón.
Pero como diría el otro, y es bien que esto ocurra, todo se rompe.