Ya tirado en el suelo te sacudes el polvo de las rodillas, te recompones y vuelves a levantarte. Prosigues para, sin piruleta o regalito de recompensa, volver a tropezar con la misma piedra. La única suerte es que, de tantos golpes que ha recibido, ha quedado lo suficiente pulida para que sus puntas no se te claven.
Parte 2: La llaga no se cierra sobre cristales
Tienes una habilidad para entablar relaciones pero luego no te percatas de la diferencia de ritmos. No comprendes ni quieres participar de la idea de que las cosas sean de un modo diferente a como se te ofrecen en primer termino. Has rebajado intensidades. Intentas que cuando algo no se da en las premisas que se hablaron resbale por ti como una gota de lluvia en un cristal. Ahora comprendes que poco o nada puedes modificar en el exterior. Pero aún así, aún priorizando tu cambio antes que cualquier otro, existen las decisiones de terceros. Resulta molesto que los tratos sean tan bajos o tan poco considerados. Sería interesante recordar que cualquier persona cercana a ti fue primero extraña. ¿Por qué si antes fuiste honesto y arriesgado ahora es locura tan siquiera pensarlo?